Entre la flor y el fruto del café.
Asi, cuando se abre la flor del café se abre también la esperanza, pues es anuncio de buena cosecha y por consiguiente, de abundancia. Pero antes, los cultivadores deben rogar al cielo para que el tiempo sea generoso y traiga las horas necesarias de sol y lluvia. Como el clima fue generoso, la floración de este año fue pródiga. Entonces, en el pueblo hay buen ánimo y los caficultores madrugan sonrientes y confiados a cuidar de sus plantas de café.
El ciclo vuelve a repetirse y el hombre no abandona el cafetal. Otra vez suplica para que el sol modere su fuego, el invierno no se exceda en aguas, para que la carestía no sea tanta y para que el dólar suba. Ah, y para que el cafetal florezca. Pero como el buen suceso de estas cosas no está en su poder, sólo le queda la fe. La fe: "la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. La fe es la garantía de las cosas que se esperan, la prueba de aquellas que no se ven." La fe. Al caficultor sólo le queda la fe, el sudor, la fatiga.
La flor del café perfuma los sueños más queridos de nuestros campesinos. Y su destino está amarrado a la suerte de los granos de café.